En la última década, los cambios que se están produciendo a nuestro alrededor son ya tan numerosos que han pasado a ser incontables. Tanto es así, que algunos expertos hablan de una nueva era, la era digital. Ésta, también llamada transformación digital, no solo ha motivado una modificación en las herramientas, procesos y/o gestión del ámbito productivo, sino que existe un cambio generalizado en la forma de actuar de las personas respondiendo a este cambio producido pidiendo más participación en todas las decisiones conjuntas.

Esto, pone en la mesa toda una serie de premisas que tiene como objetivo final el deseo más instintivo del ser humano, estar sano. Así, todo lo que nos rodea, todos los nuevos avances se plantean desde un prisma más práctico pensando en las repercusiones que pueden tener en nuestro cuerpo.

Adquieren una gran importancia entonces los avances tecnológicos en todos los ámbitos, para los que se pueden distinguir dos corrientes: la que avanza con ellos y la que tiene reservas y cautela en su implementación. Si bien las dos son válidas, el recelo de la segunda muchas veces se basa en un miedo a la adaptación a una nueva transformación, cautela sí pero no negación. Derivadas de esta corriente se crean conceptos asumidos por mucha parte de la sociedad como la relación antagónica entre salud y tecnología llegando a decirse que algunos de los avances, como el 5G, son altamente perjudiciales. Estando lejos de encontrarse justificado, sepa el lector que lo verdaderamente demostrado es que las soluciones que inician los avances tecnológicos no resultan en más que mejora tanto para nuestra salud como para nuestra calidad de vida.

Por ello, y partiendo de la premisa del tiempo invertido en estar dentro de edificios (alrededor de un 85% según la última encuesta del tiempo del INE), los edificios se han puesto el mono de trabajo para incorporar estas nuevas tecnologías a su cuerpo con el fin más importante para el ser humano, mantenerse sano.

La legislación se actualiza, con la modificación el pasado año del DB HS 3 y la inminente en este añadiéndose un nuevo apartado, el DB HS 6 y la defensa de los usuarios contra el radón. Marca el primero que el principal indicador de la calidad del aire, el dióxido de carbono no deberá superar una concentración media anual de 900 ppm y que el acumulado anual por encima de los 1.600 ppm (límite máximo recomendado en interiores) no supere las 500.000 ppm. Por otra parte, el radón también se encuentra cuantificado en 300 Bq/m3.

Pero lo teórico se debe implementar en los hogares para no convertirse en papel mojado y en este punto son las nuevas tecnologías las que dan un paso adelante posibilitando la medición y respuesta ante todas las situaciones en un edificio conectado que responde y se responsabiliza de la buena condición de sus ocupantes.

Todas las directivas europeas sentencian que se debe medir y cuantificar todos los valores que regulan y, ¿cuál más importante que aquel que afecta a nuestra salud? Los edificios han de pasar de ser objetos pasivos a objetos activos cuidando de sus ocupantes ayudados de los avances de esta era digital.

Aunque, y ya concluyendo, seamos conscientes de que la tecnología no lo hará todo, necesita de nuestra participación y buen hacer. En vez de huir, adoptémosla y ayudémonos de ella para conseguir nuestros objetivos.